Como escribir una carta cuando no se tienen palabras. Desde luego, decir gracias para mí en este momento es muy fácil, pero sería muy pobre para explicar cómo me siento, cómo me habéis hecho sentir con todas las felicitaciones que he recibido. No creo que sea el más capacitado para explicar lo que es la Medalla de Oro de Bellas Artes, pero si soy el que mejor puede explicar cómo me siento....
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Cuando estás a un metro de un toro, y éste te mira, se para el tiempo. Solos el toro y yo, en ese instante no existe nada. Mis sentidos se disparan como estrella fugaces y las sensaciones recorren mi mente, cuerpo y corazón. Intentar explicar esto con palabras es casi imposible. Es grandioso como puede uno sentir tanto miedo en tan poco tiempo y a la vez sentir esa emoción que te hace soñar despierto, y que cuando duermes sólo puedas soñar con conseguir un minuto más de vida, para sentir eso. ¿Dónde está el límite, qué estoy dispuesto a dar por conseguir torear ese toro un día más? ¿La vida? Más que la vida, creo que esto es mi vida: torear es mi todo y mi único yo. No existe nada como crear arte. Mi lienzo… la plaza, mis pinceles…capote, muleta y espada, mi pintura… el toro, mi obra… un instante, que se siente, se siente en lo más profundo del alma. Solo tengo que cerrar los ojos y viajar por los sentimientos de mi corazón de esta tarde que toreé ese toro.
Toro. Tú y yo. Me hablas, no de palabras pero sí con tus gestos, tus movimientos y forma de correr por la plaza y plantarte buscando pelea. La expresión de la cara, es el espejo de su alma y yo le hablo con mi muleta y valor. El toro es el animal más valiente que existe en el mundo. Nunca huye de la lucha y quiere eso mismo de mí. El toro me mira, me examina; él va a entregar su vida para pasar a formar parte de la mía por conseguir esa obra que entre los dos creamos, en esta danza entre lo ritual. Lo litúrgico y la tragedia.
Me mira, todos mis músculos se tensan, le doy un instante para que se centre en mí. La batalla va a comenzar. Tengo que imponer mi voluntad. Le miro, cojo aire, le cito, se arranca y en ese momento, con todos mis músculos tensos, el corazón a mil y la mente en blanco dejo de sentir mi cuerpo. No existe nadie ni nada ni en la plaza ni en ningún otro lado, solo el toro y la emoción de las sensaciones que retransmite.
Se arranca, llega a la muleta, tiro del engaño despacio, con suavidad pero con firmeza, encelándolo en la franela, la mano baja para imponer mi ley. Guiándolo en la dirección que deseo que vaya, y así gire alrededor de mi cuerpo y pase lo más ceca posible de mí, despacio, muy despacio.
Suelto el aire, mi cuerpo se medio relaja, me preparo para otra embestida. Comienza la lucha. Después de una tanda le doy sitio, para que descansemos y recuperemos fuerzas para volver a la vida.
El toro es bravo, quiere pelea, no está dispuesto a entregarse a nadie que no esté a la altura y yo disfruto de esa emoción con la que tanto he soñado. No estoy dispuesto a dejarme a ganar por mis miedos. Tener miedo no es malo; es necesario te mantiene alerta. Lo malo es no superarlo. Tienes que respetarlo, hacerlo tuyo. Cuando miro al toro y él a mí y conseguimos esa comunicación, me doy cuenta de lo unidos que estamos. Esa mirada, ese rato delante de él, ese tiempo es solo mío – es mi momento. Superar ese intenso miedo engrandece mi espíritu. Esa mirada del toro se me clava en el alma, me arranca lo que soy para enseñármelo y decirme lo que puedo ser. Al mismo tiempo que te hace sentir grande y que eres capaz de cualquier cosa, te enseña que no somos nada. El toro da su vida para mi gloria. Pasa a formar parte de mí. ¿Existe amor más puro?
De su fuerza… dulzura, de su voluntad, mi dominio, de su bravura… pasión, de su estampa… dignidad, de su peligro… emoción.
Esto es el toreo, ver como un animal y un hombre se funden en uno, para hacer de su vida y muerte, arte, el arte de la vida, hacer que el tiempo se pare.